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jueves, 7 de febrero de 2013

Todo dura un instante, para toda la vida


Hace exactamente un año tenía los ojos llenos de lágrimas ante un llamado que me alertó sobre la triste noticia del fallecimiento de Luis Alberto Spinetta, poco antes de que la información se esparciera por todos los medios de comunicación. No creyendo en lo que escuché decidí corroborarlo con un amigo cercano del Flaco y el ambiente se llenó de desolación, y algo de bronca,  al escuchar sus palabras.
Tuve la suerte de llegar varias veces a Luis y de distintas formas. Primero, como todos, me acerqué a él por su música que fue una especie de “sanación”. En esos momentos donde el desánimo atenta contra los sueños aparecieron sus melodías, sus riffs y su poesía generando un oasis en mí y demostrándome que “mañana es mejor”. También fue una forma de abrirme a otro universo armónico y sonoro, escapando del vomitivo estilo radial que intenta imponerse.
Un momento histórico para el Rock Nacional se registró aquella ventosa noche de las “Bandas Eternas”, donde la magia se propagó aún más. No podía creer que alguien haya dado semejante concierto y como consecuencia de ello decidí dejar grabado “Spinetta” en mi piel.
Al año siguiente, tuve la dicha de conocerlo personalmente gracias a una entrevista que le realicé a Nerica Nicotra, su bajista en aquella época. Al finalizar su show en el Coliseo aquel 9 de octubre Luis estaba en su camarín junto a sus músicos y tuve la fortuna saludarlo. Invadido por el miedo y la sorpresa sólo atiné a decirle “tengo mucho miedo” y a convidarle fuego para que encendiera un cigarrillo. Entre balbuceos, y con una mirada fascinada por la situación, pude sacarme una foto con él, pensando que era lo máximo que podía alcanzar. Fue uno de esos días donde todo es perfecto y quedó registrado como uno de los más felices en mi vida.
Sin embargo, algo más iba a suceder y nuevamente iba a estar frente a mi ídolo máximo. El 26 de noviembre de 2010 Luis me abrió las puertas de su casa para que pueda entrevistarlo para el medio donde trabajé algunos años. Sin dudas se trató de un privilegio sabiendo cómo era su relación con la prensa y sus apariciones en los medios de comunicación.
Ingresé a la Diosa Salvaje y lo esperé unos minutos en la pecera del estudio rodeado de infinitos botones y respirando el aire de una atmósfera plagada de música. Y allí apareció él con la calidez y la humildad que lo caracterizan para sentarse en frente mío durante poco más de una hora y concederme la entrevista más importante de mis jóvenes años de periodista. En el medio de la charla le mostré aquel tatuaje que me hice luego del concierto de las “Bandas Eternas” y con sus ojos desorbitados ante la sorpresiva situación me dijo “vos estás loco, tu papá te tiene que matar. Le entregaste tu piel a mi nombre y cuando levantes el brazo tenés las puertas del mundo abiertas”. Porque Luis además era así, jamás perdía el humor y las ganas de hacer chistes.
Antes de despedirme me dice “nene, mirá la última guitarra que me dio Pensa” y tuve por unos segundos la viola que lució Luis en sus últimos conciertos con esos dos micrófonos P90 color crema que se destacan entre un esfumado violeta. Luego me acompañó a la puerta y se quedó intercambiando algunas palabras en la vereda como haría cualquiera de nosotros al despedir a un amigo. Me dio un abrazo, me agradeció y, juntando sus manos como quien está rezando, me dijo “lo mejor para vos”.
La última vez que pude verlo en persona fue en su camarín luego de otro de sus geniales conciertos. Él estaba allí sentado frente a una estufa junto a Vera, su hija menor y corista de su última formación. No quise molestarlo, ya se lo notaba cansado, y así como me acerqué a él volví sobre mis pasos.
Luis Alberto Spinetta es mucho más que sus cientos de canciones, aunque ellas tienen impresas su sello y su forma de ser. Luis excede esa figura de músico de elite, de poeta, de guitarrista, de compositor y de cantante. Luis es un ser excepcional, cálido, generoso y con gran sentido del humor. Luis es porque Luis no se fue, nunca se irá. Podemos hablar de que pasó un año de su desaparicón física y a la vez de que se catapultó por siempre a la eternidad. Eso será siempre así, porque un guerrero jamás detiene su marcha y por eso siempre habrá que darle gracias.

Sebastián Konrad

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