Recorremos la historia de Gonzalo Aloras y conocemos todos los detalles de su último disco “12”. El rosarino nos abre las puertas de su vida musical y nos detalla todo acerca de su sonido.
Gonzalo Aloras nos abre la puerta de su casa y automáticamente se sienta en su piano “Rhodes”,
como si no pudiera despegarse de la música. Quizás la música no pueda
desprenderse de su mente, que incansablemente corre en busca de algo
nuevo. Graba algunas armonías en el Boss Loop Station, y mientras éstas se
repiten una y otra vez, se sienta en el piano acústico y comienza a tocar
sobre esa base. Automáticamente se levanta e improvisa un solo con su
Gibson SG. Todo es música a su alrededor. Decenas de discos parecen ser
testigos de su sana obsesión por algo verdaderamente sensato.
Las fotos
de Frank Zappa, Los Beatles, Gustavo Cerati y sus “superhéroes” (Luis
Alberto Spinetta, Litto Nebbia y Charly García), entre otros, nos dan una
postal de quién es Gonzalo Aloras. Al escuchar su música
comprendemos el valor que tienen para él esas imágenes. Cualquiera que
comparte una charla con el rosarino se va a hundir en un mar de
inquietudes que lo llevan a no detener su aprendizaje y a ir en busca de
algo mejor. Gonzalo Aloras llegó a Buenos Aires para convertirse en un
superhéroe de la nueva generación, de esos que se necesitan para luchar
contra la monotonía y los modelos musicalmente establecidos. Su reciente
disco, “12”, nos invita a recorrer un universo poco común por estos
tiempos, y a experimentar sonidos que contagian experiencia, sabiduría y
buen gusto.
¿Cómo se dio tu introducción a la música?
El principio de todo se da en Rosario, por supuesto, donde la música me atacó por varios
flancos. Uno de ellos era mi viejo, Fernando, que en algún momento formó
parte del Coro Estable de Rosario. No se dedicaba a ser músico, pero
era un amante de la música. Falleció el año pasado, con 81 años, y entró
al rock por nosotros, sus hijos. Su pasión era la música clásica, más
cosas de Frank Sinatra y Silvio Rodríguez por ejemplo. Era muy
ecléctico. Por otro lado, estaban mis hermanos más grandes, que escuchaban
a Spinetta, a Litto Nebbia, a Frank Zappa. Una época donde los jóvenes
escuchaban eso, aunque parezca mentira. Después se dio por el lado de mi
abuela, que fue pianista de tango. fuese “pianera” (como le gustaba decir)
era un elemento muy fuerte en la familia. El piano que está acá (en el living
de su casa hay un piano acústico), que uso para divertirme y componer, es
el que usaba ella. Ella me sentó al piano por primera vez y me introdujo
en una cosa técnica y clásica al principio. Aprendí a entender y degustar
más la “onda tanguera”. Finalmente, después de convivir con tanta música,
mi vieja se dio cuenta que tenía que empezar a estudiar algo.
Entonces fui a una especie de instituto que había cerca de mi casa.
Allí estudiaba piano clásico y no duré mucho, porque en los momentos de
descanso me dedicaba a sacar temas de Charly, aprender escalas, a leer y
sentarme mejor. Por otro lado, empecé a estudiar guitarra con Nadir Dos
Santos, que era un profesor particular del barrio. Hice “clásicamente” los
primeros pasos, con libros, pentagramas y digitación, y lo disfrutaba porque
sabía que era empezar a hacer música. Dos Santos no era un músico
que hacía rock, sino que hacía folclore fusionado con jazz. Luego me
compraron mi primera guitarra eléctrica, una Faim Stratocaster color
sunburst, y sentí la sensación de que tenía en mis manos el pasaje a la
libertad. No tenía equipo y conectaba la guitarra a un BGH, que era
un equipo que tenía mi viejo. Eso me permitió tocar arriba de algunos
discos que tenía. Uno de los primeros discos sobre los que toqué fue el
primero de Invisible, cuando estaba terminando la primaria (hace pocos días,
Machi Rufino, bajista de Invisible y amigo, me cuenta que se había
puesto a sacar un tema de mi nuevo disco; imaginate mi corazón al recordar
aquellos comienzos tempranos!). Ahí fue comenzando la cosa, y luego vino
una guitarra
mejor, un equipo y algunos pedales. Así hasta que en el secundario empezás a
juntarte con otros que saben tocar y formás tu banda de rock. En ese
momento me metí en una escuela de músicos que crearon los muchachos de
la “trova rosarina”. Allí estudiaba piano con Iván Tarabelli, que era
músico de jazz, y ahí empecé con la armonía a full. Él me dio las primeras
herramientas armónicas. A cada profesor que iba le taladraba la
cabeza con cosas que quería tocar o saber. De esa manera, llevándole canciones
para sacar y analizar, a su vez ellos me recomendaban nueva música para
descubrir, ligada a la sensibilidad que yo tenía. Es bueno que el docente capte
tu sensibilidad para llevarte a sacar otras cosas. En los primeros años
con lo que te vas topando, te va marcando a fuego. A la par de estos estudios,
en el secundario formé mi primera banda de rock, que fue “Mortadela
Rancia”. Empezamos a tocar en todos lados, en pubs y en bares, hasta que la
cosa se fue poniendo linda y fue creciendo, y en el ‘94 encontramos un
productor que se interesó por el grupo y pudimos grabar nuestro único
disco, que se llama “Ciudad Paranoia”. Podría decirse que era una música más
rebelde. Punk, a nuestro modo. Aunque se trata de un disco a la vez elaborado
y sobrio. Todo coincidía con esa energía juvenil, con algo que estaba
naciendo y se estaba expresando sin ningún tipo de miramientos. Eso hacía
que hiciéramos cosas delirantes en vivo, y me acuerdo que teníamos fans
grandes, porque se detectaba que hacíamos música sin temores ni tapujos,
con letras salvajes, pero con cierto humor y poética. Tengo en mente juntarme
de nuevo con mis amigos de Mortadela y volver a hacer algo. Era un disco
potente, con power y muy ecléctico también. Porque tenés canciones medio
“spinetteanas” y otras medio grunge tipo Living Colours.
¿Por qué creés que en la ciudad de Rosario hay tantos músicos talentosos?
Supongo que es el incentivo por las minas que hay. Esa pueda ser una de las razones. Cuando te vas de Rosario, te cansás de escuchar de “las minas que hay en Rosario”, una razón. Hay varias, pero la que voy amencionar es una respuesta que dio Litto Nebbia, y él dijo que la razón por la cual uno terminar haciendo algo fuera de Rosario, y dándose a conocer, es porque es tan difícil hacer algo en Rosario que al final te ponés en cabeza dura y salís al frente. El público es durísimo, nadie va a los conciertos locales, entonces te ponés tan cabeza dura y en un momento atravesás esa pared. Yo recuerdo que, siendo chico, sabiendo que estaba Fito, Nebbia, y otra gente que admiraba mucho allí, me hacía poner las pilas porque se iba armando una especie de mística en la ciudad.
¿Cómo fue la llegada a Buenos Aires?
Al tiempo de estar en Buenos Aires viviendo recibí la invitación de Fito Páez para formar parte de su banda, y ¡qué banda! Yo llegué y estaban Claudio Cardone, Guillermo Vadalá, Emmanuel Cauvet, Nicolás Ibarburu, y una sección de vientos cubanos impresionantes. Era un despelote, imaginate. Yo era el más pendejo de todos, o al menos me sentía así delante de tantos monstruos. Yo empecé a aprenderme las partes del disco, e incluso me quedaba a dormir en Circo Beat, porque no llegaba con los tiempos y tenía que tocar muchas cosas a la vez (guitarras, bases de teclado, voces, coros), me divertía mucho. Al poco tiempo de estar acá empalmé con eso y fue para mí, por donde lo mires, una especie de bendición. Fito fueuno de los artistas que yo escuché mucho y con el cual disfrutaba mucho. Ahora que lo pienso, para mí fue una de las mejores experiencias de mi vida. Él también es rosarino y se daba eso medio romántico también.
¿Cómo se dio tu participación en la película “¿De quién es el portaligas"?
Empecé a tocar con Fito en el ‘99 y esto se dio en el 2007. Fue como el cierre. También fue una experiencia formidable, primero porque fue la primera vez que actuaba seriamente en un largometraje comercial. Ya había actuado haciendo una especie de papelones en algunos cortos, cuando estudiaba cine en Rosario. Lo otro, que fue grandioso, es que me haya dado la posibilidad de hacer la música del film. Yo quería dar lo mejor y dar todo, saber que no me iba a quedar pensando que podía haber puesto una nota o un arreglo mejor. Es una de las cosas que producciones que más orgulloso me tiene, como laburo específico de hacer algo para otro.
¿Cómo en tus composiciones podés modernizar un rock, que a la vez conserva la concepción clásica delas primeras épocas de nuestro rock nacional?
Era un poco lo que yo sentía que hacía Fito con Charly, o bien Charly con Nebbia. Sui Generis, de alguna manera, es una versión “aggiornada” de “Los Gatos”. Te hablo tratando de ver esta historia línea de tiempo. Es lo que a mí me gusta: tomar lo que más me afecta del otro para incorporarlo a un proyecto futuro y renovarlo. Eso es lo más prodigioso que uno puede hacer en una disciplina artística. Hay que tratar de hacer un nuevo aporte sin repetir pero tomando algo de lo que hicieron otros. Si escuchás “12”, tenés la sensación de escuchar el rock argentino de la “primera hora” o la “segunda hora”, pero en una “tercera hora”.
Noto en “12” que se vuelve a respetar el concepto de canción, en una época donde se deja bastante de lado.
Tomar la canción como un espacio de búsqueda, de investigación, de riesgo, no solamente de fórmula, en se sentido sí comparto que “12” es un disco que se suma a la fila de los experimentadores de la canción. No están “metamorfoseadas” las estructuras clásicas de la canción, pero sí vas a notar que en cada una de las piezas están logradas estas cosas de proponer un gesto nuevo, una manera nueva de combinar acordes o arreglos. La manera en que está arreglada u orquestada la canción, en mayor o menor medida, es un aporte concreto que tiene que ver con el mundo de la canción. Yo puedo agarrar la guitarra o el piano y hacer algo contundente, algo que se sostenga. Esa es una de mis búsquedas, de mis preocupaciones. La consistencia. La cuestión técnica, que para mí forma también parte de la composición, está aplicada en función de la canción y no del instrumento en sí mismo. Eso es una elección, porque quizás llegará un momento en el que quiera hacer un disco más “guitarrístico”, más específicamente sonoro o donde haya un atrevimiento mayor de texturas. Quizás algún día haga algo instrumental. Pero ahora la aventura vino por el lado del universo de la canción, que es mi objetivo primero. Por ejemplo, hay dos canciones del disco en las cuales no encontré más posibilidades utilizar un solo instrumento a la obra, en función de la sensación que te produce en su totalidad la canción.
¿Las canciones se compusieron de acuerdo al músico invitado, o ya estaban compuestas?
A la hora de terminar el disco, tuve una charla con Rafa Arcaute (co-productor de “12”) y nos pareció que era una idea brillante terminar de formar el “dream team” con invitados de esa índole. De hecho, ya era algo que había experimentado en el primer disco Algo Vuela donde estuvo Charly García. Entonces, tomando mi disco “Superhéroes”, pensaba que en este me faltaban dos superhéroes para completar la trilogía, Litto Nebbia y Spinetta. Quienes felizmente grabaron en 12. Abrí también los superhéroes a la siguiente generación, pues participan Juanse y Fito.
Yendo al sonido, ¿qué guitarras usás actualmente?
Siempre he variado mucho y he variado poco a la vez. Esto quiere decir que en las distintas participaciones que he tenido siempre traté que las sonoridades sean las que necesita el proyecto, no las que yo acostumbrase. Por ejemplo, cuando fui al primer ensayo de Juanse para grabar su último disco, llegué con mi viola y mi set de pedales, y él me miró y me dijo: “¿todo esto para qué es?”. Yo vi que él agarró su Gibson y enchufó derecho al equipo. Entonces cada vez tenés que reinventarte, porque eso que hacía con un pedal de volumen, de golpe lo tenés que manejar con el pote de la guitarra. Yo trato de no repetirme, porque creo que todos tenemos en el fondo un “perezoso” que quiere relajarse y ser. Entonces le hago un poco de resistencia a “ese habitante” generándome algunos mecanismos, como por ejemplo cambiar mis pedales durante algunos períodos. Voy cambiando las combinaciones de pedales para generarme una cuestión de vértigo y experimentación. Tengo la necesidad existencial de modularme a mí mismo algunas cosas para estar más activo neuronalmente. Últimamente estoy usando mucho una SG que compré para tocar con Nebbia. Cuando tocamos en el Obelisco para el Bicentenario tocamos temas de “Los Gatos”, y me acuerdo que después Fito y Juanse se preguntaban cómo había hecho yo para que la guitarra sonara igual a la de la versión original de “Los Gatos”. Y yo simplemente enchufé la guitarra directo al equipo y me imaginé siendo un “gato”. Otra de mis guitarras, y gran compañera de ruta, es la Parker. Es la mejor amiga de mi espalda, porque no pesa. Spinetta tocó con esa en el programa que hicimos juntos para “Volver Rock” y me la pidió para la presentación de “Para los árboles”. Menos mal que no se le ocurrió comprarla o pedírsela a otro, porque para mí fue algo emocionante. Quizás yo estaba haciendo un favor, pero sentía que el favor me lo estaban haciendo a mí. En la época de “Mortadela Rancia” yo me movía con Telecaster y Stratocaster. Ya con Fito aparecieron las Gibson, y luego apareció la Parker, me sirvió mucho en vivo porque emula con su piezo eléctrico una guitarra acústica y eso me facilitaba en vivo. No es una guitarra demasiado común, y me acuerdo que luego de uno de los conciertos de Fito, donde yo tocaba algunas canciones emulando una acústica con el piezo de la Parker, se acercó una persona y me dijo: “yo me di cuenta de que la parte acústica estaba grabada, me di cuenta porque soy músico”. Es algo que tiene que ver con eso: la guitarra no era tan conocida y suena muy imponente su sonido “acústico” en vivo. Estoy usando Fender Deluxe y un Marshall JCM900, que es un amigo mío de toda la vida, pero lo tengo bastante guardado porque en los lugares donde estoy tocando usualmente no lo puedo usar. En los últimos años es más notorio el tema del sonido, de la queja de los vecinos, del límite horario. Ya no se puede tocar con tanta regularidad. Entonces tenés que armarte de combos o cosas más transportables.
¿Qué efectos usás ahora?
El “método Juanse” hay que tratar de aplicarlo, por eso uso mucho el footswich del equipo. Una de las cosas que no cambio nunca es el afinador cromático de Boss. Tengo un Compressor-Sustainer, un Delay DD-3 y un Trémolo, y la distorsión del SansAmp. Ahora uso el compresor para despegar en algunos momentos, o bien para usar de booster, o bien cuando necesito presión sonora y contener la dinámica. El compresor te permite delimitar el rango de picos y volúmenes. Al trémolo lo amo y, tanto como en el piano Rodhes, puedo tocar un tema sólo con eso. Me resulta un pedal muy expresivo. El SansAmp es uno de los pedales más “gauchitos”, porque las variables que da son realmente variables, tanto desde el ecualizador como en la selección de “preamps”. Y mi otra compañera es la Loop Station de Boss, que me sirve cuando tengo los momentos en solitario. Grabo un puente o una estrofa para mantener la base en un solo o en una parte instrumental. A pesar de ser digital graba muy bien.
¿Qué te gusta de los guitarristas que admirás?
Una de las cosas que más me gustan es ver cómo algunos pueden lograr todo desde las manos. Habría que buscar generar sonidos, pero en lugar de usar pedales, usar las manos. No es imposible, y a veces pasa, queriendo o no queriendo, que van surgiendo cosas de acuerdo a la manera de tocar. Hay que seguir diciendo que todo pasa por la mano, la pulsación y el contacto con la piel. Eso determina el sonido. En otros instrumentos no pasa, pero en el caso de las violas está en la combinación de los elementos físicos. Hay una frase que parece trillada, pero “lo importante es el espíritu”. La gran demostración de eso es una casa de música con una viola y un equipo, y gente que va pasando y la hace sonar distinto. Los guitarristas que me gustan son los pueden ir derecho al equipo, sin intermediarios (efectos) y lograr buenos efectos.
¿Qué guitarristas tienen esas cosas que te gustan?
No me los voy a acordar a todos, pero sí por lo menos quiero hablar de esos que cuando los escuchás decís: “quisiera lograr algo así”. Uno de los más grandes violeros que escucho es Joao Gilberto. Un tipo que con seis cuerdas inventó un mundo. Pat Metheny es otro, porque también inventó otro mundo. Te doy estos datos para que veas que no es una cuestión de virtuosismo y técnica, aunque sin eso no se pueda hacer nada, sino de la relación que tienen estos músicos con el instrumento. Hacen maravillas que no terminás de entender. Me gusta volverme loco y no saber lo que hacen. Gilberto hace cosas que no se pueden tocar de una manera distinta a la de él. Me gusta mucho Larry Carlton, que también es un músico que apunta a lo melódico. Siempre tira frases que se pueden cantar, porque buscan una melodía y un desarrollo en lo que hacen. También me gusta Jimi Hendrix. Inventó una “onda” de guitarrista: la postura, el cuerpo, su relación con el instrumento, el look. Y lo otro de Hendrix que es fabuloso es todo lo que el tipo hace entre una idea y otra. Cuando pasa de una estrofa a otra, mete algo en el medio. Eso que hay ahí es lo que me gusta, lo que hace “en el medio de algo”. Me hubiera gustado escucharlo tocar de viejo. Vernon Reid, que sí es virtuoso y está totalmente “del tomate”. Él hace una utilización de la velocidad en intensidad pura. Y el N° 1 para mí, por su discurso, su ética, y su caudal de obra es Frank Zappa. Otro que no llegás a entender bien qué hace, sumado a una digitación muy personal. George Harrison, por su sensibilidad, su economía, su estilo y su criterio. Tocó en la banda más importante y encima salió bien parado. Todas sus intervenciones son maravillosas, además del uso del slide que hace. De Argentina, Gustavo Cerati es el otro violero que me gusta. Le mirás las manos y pensás que suena otra cosa distinta a lo que hace. Como guitarrista rítmico hace bailar poniendo acordes con 11°# y 13°, sin que nadie se entere. Y no puedo dejar de nombrar a Luis Alberto Spinetta, que sería como el maestro de Cerati, por hacer mención a aquella línea de tiempo que mencionaba antes.
¿Qué proyectos tenés de aquí al futuro?
Presentar el disco es lo más importante, porque implica
salir con la banda y tratar de salir del barrio de uno para tocar en otras
provincias y otros países. Se vienen un par de años bastante movidos, para
sacarle un poco de jugo al disco porque está bueno y hay que hacerlo conocer, y
uno debe hacerse cargo del material que produjo. Lo que estoy entregando es algo
que está bien hecho y tiene, potencialmente, la fuerza sanadora que uno siempre
busca o anhela de los discos que uno ama. Yo creo que creo que estoy haciendo
el laburo de hormiga de hacer circular estas ideas, amén de mis relaciones con
otros proyectos Ya produje una banda integrada por dos rosarinos y dos
porteños, llamada “Intrépidos navegantes”, y el disco se llama “Aguas”. Son
chicos jóvenes, de 20 años. Esa es una de las actividades que me gustará seguir
desarrollando. La poca o mucha experiencia que uno tiene, no sólo hay que
usarla para uno, sino que debe transmitirla. Grabé también otro disco de un
cantautor llamado Alejandro Corvalán, que estaba en Mar del Plata con la
guitarra al revés tocando temas rarísimos. Me acerqué después de escucharlo y le
dije si tenía más temas, y nos fuimos organizando e hicimos la pre-producción y
la producción de ese disco. Me gusta estar atento buscando cosas en Facebook o
Youtube, o donde sea. Quiero encontrar propuestas donde poder participar o
ayudar. Cuando uno disfruta de algo y le genera un goce o un placer, quiere que
los otros también lo disfruten. Sin dar ninguna vuelta, en el momento en que se
produce una nota tocada en una guitarra, está todo el cosmos puesto en juego.
Esa es mi visión de la música. Así la hago, así la siento, y la siento cuando
es de otros. No encuentro un motivo por el cual no pensar así. Cuando hay una
nota se pone en juego todo. No se puede aislar eso, y hasta me parece triste y
peligroso hacerlo. El arte y la música es uno de los medios donde uno puede
relacionarse con todo. Yo creo que la música, cuando está bien hecha, te toca y
te afecta en un momento dado de tu vida, puede tener efectos sanadores y te
puede ayudar como persona. No creo en magia ni en religiones, sino que hablo de
la música.
Sebastián Konrad
(Noviembre 2011)