Hace exactamente un año tenía los ojos llenos de lágrimas ante un
llamado que me alertó sobre la triste noticia del fallecimiento de Luis Alberto
Spinetta, poco antes de que la información se esparciera por todos los medios
de comunicación. No creyendo en lo que escuché decidí corroborarlo con un amigo
cercano del Flaco y el ambiente se llenó de desolación, y algo de bronca, al escuchar sus palabras.
Tuve la suerte de llegar varias veces a Luis y de distintas formas.
Primero, como todos, me acerqué a él por su música que fue una especie de
“sanación”. En esos momentos donde el desánimo atenta contra los sueños
aparecieron sus melodías, sus riffs y su poesía generando un oasis en mí y
demostrándome que “mañana es mejor”. También fue una forma de abrirme a otro
universo armónico y sonoro, escapando del vomitivo estilo radial que intenta
imponerse.
Un momento histórico para el Rock Nacional se registró aquella ventosa
noche de las “Bandas Eternas”, donde la magia se propagó aún más. No podía
creer que alguien haya dado semejante concierto y como consecuencia de ello
decidí dejar grabado “Spinetta” en mi piel.
Al año siguiente, tuve la dicha de conocerlo personalmente gracias a
una entrevista que le realicé a Nerica Nicotra, su bajista en aquella época. Al
finalizar su show en el Coliseo aquel 9 de octubre Luis estaba en su camarín
junto a sus músicos y tuve la fortuna saludarlo. Invadido por el miedo y la
sorpresa sólo atiné a decirle “tengo mucho miedo” y a convidarle fuego para que
encendiera un cigarrillo. Entre balbuceos, y con una mirada fascinada por la
situación, pude sacarme una foto con él, pensando que era lo máximo que podía
alcanzar. Fue uno de esos días donde todo es perfecto y quedó registrado como
uno de los más felices en mi vida.
Sin embargo, algo más iba a suceder y nuevamente iba a estar frente a
mi ídolo máximo. El 26 de noviembre de 2010 Luis me abrió las puertas de su
casa para que pueda entrevistarlo para el medio donde trabajé algunos años. Sin
dudas se trató de un privilegio sabiendo cómo era su relación con la prensa y
sus apariciones en los medios de comunicación.
Ingresé a la Diosa Salvaje y lo esperé unos minutos en la pecera del
estudio rodeado de infinitos botones y respirando el aire de una atmósfera
plagada de música. Y allí apareció él con la calidez y la humildad que lo
caracterizan para sentarse en frente mío durante poco más de una hora y
concederme la entrevista más importante de mis jóvenes años de periodista. En
el medio de la charla le mostré aquel tatuaje que me hice luego del concierto
de las “Bandas Eternas” y con sus ojos desorbitados ante la sorpresiva situación
me dijo “vos estás loco, tu papá te tiene que matar. Le entregaste tu piel a mi
nombre y cuando levantes el brazo tenés las puertas del mundo abiertas”. Porque
Luis además era así, jamás perdía el humor y las ganas de hacer chistes.
Antes de despedirme me dice “nene, mirá la última guitarra que me dio
Pensa” y tuve por unos segundos la viola que lució Luis en sus últimos
conciertos con esos dos micrófonos P90 color crema que se destacan entre un
esfumado violeta. Luego me acompañó a la puerta y se quedó intercambiando
algunas palabras en la vereda como haría cualquiera de nosotros al despedir a
un amigo. Me dio un abrazo, me agradeció y, juntando sus manos como quien está
rezando, me dijo “lo mejor para vos”.
La última vez que pude verlo en persona fue en su camarín luego de
otro de sus geniales conciertos. Él estaba allí sentado frente a una estufa junto a Vera,
su hija menor y corista de su última formación. No quise molestarlo, ya se lo
notaba cansado, y así como me acerqué a él volví sobre mis pasos.
Luis Alberto Spinetta es mucho más que sus cientos de canciones,
aunque ellas tienen impresas su sello y su forma de ser. Luis excede esa figura
de músico de elite, de poeta, de guitarrista, de compositor y de cantante. Luis
es un ser excepcional, cálido, generoso y con gran sentido del humor. Luis es
porque Luis no se fue, nunca se irá. Podemos hablar de que pasó un año de su
desaparicón física y a la vez de que se catapultó por siempre a la eternidad.
Eso será siempre así, porque un guerrero jamás detiene su marcha y por eso
siempre habrá que darle gracias.
Sebastián Konrad
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